Vuelvo a retomar las reseñas musicales, después de este parón veraniego. Está vez toca hablar del concierto número 99 de la Nave Bunker, sala de conciertos charra centrada en traer grupos que si no fuera por ellos no pisaban la ciudad ni por error...
The Manflows
Arrancó la velada nocturna con el grupo centrado en el southern metal, pero con variaciones hacia otros estilos como el doom y el stoner, «The Manflows». Este cuarteto madrileño metió caña con sus dos discos, con un trabajo de guitarras perfecto, tanto rítmica como solista y en algunos temas cambiando papeles. Algo que me gusta mucho de este estilo musical, y en especial de ellos, es ese sonido como de moto de muscle car o moto indian que sacan las seis cuerdas, el sonido fuerte, grave y machacón que no te cansas de oír nunca. A las cuatro cuerdas, Mariñe, marcaba unas líneas tremendas dando una buena base para el resto de los mástiles y todo ello sobre el sonido que venía de la batería, rudo, consistente y potente las baquetas de Kay Lubcke se movían rápidas y eso ayudaba a crear el ambiente propicio más redneck para las dos seis cuerdas. Javier Lara tiraba unos punteos afilados y agudos además de llevar la parte más rocker y blusera de varios cortes, sobre todo al final del bolo. La voz fuerte de mi tocayo, Miguel Palacios, encajaba a las mil maravillas, con distintos registros cambiaba según fuera el estilo del tema, haciendo que cada canción fuera una sorpresa. En el redondo se puede oír a la perfección en especial en el tema «Quaaludes», el cuarto corte de su último trabajo «Tree of us».
Para mí fueron un descubrimiento muy elegante y el disco, por desgracia no pude hacerme con una copia (bendita sea su web), es una pasada y es debido a los cambios de estilos de cada canción.
Los segundos y últimos de la noche fueron el power trio, madrileño también, «MotherSloth». Formación mucho más centrada en el doom que los anteriores, con un sonido denso y pesado de esos que hipnotizan. En parte debido al sonido de la guitarra y la voz de Daniel, con un buen trabajo tanto en partes rítmicas como en punteos, lanzando acordes oscuros que ponían la piel de gallina, acompañados de una voz de ultratumba, que no gutural. Las cuatro cuerdas de Adrián eran el acompañamiento perfecto y en algunos temas destacaban por encima, con un juego de manos y repiqueteo increíble, hacía que las cuerdas creasen unas melodías únicas. Dejo para el final al que toca sentado, y es que desde atrás salía un sonido seco, recio y directo, Oscar era el encargado de hacer que la batería llenase los posibles huecos que dejasen sus compañeros en las canciones.
El regusto final del concierto fue añejo y con sabor a los años 70´s con canciones largas que no se hacían pesadas y el final explosivo con el theremin mezclándose con el chirrido de los demás instrumentos fue algo a-c-o-j-o-n-a-n-t-e.
En definitiva dos grupazos que dieron el 100% en el escenario y que harán las delicias de todo aquel al que le guste la buena música, en especial la que se hizo para sonar bien alta.
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